El cromo más difícil del mundo, Pétursson

El famoso cromo de Petrursson.
El famoso cromo de Petursson.

No inventaré nada al hablar de cromos. Esos pequeños cartoncillos con fotos de los futbolistas de la Liga que coleccionábamos cuando éramos pequeños. Hoy siguen existiendo, pero los nuevos niños sucumben ante otras manifestaciones lúdicas, véase el teléfono móvil o el ordenador. Está de moda entre los que se acercan a los 40, -y entre los que ya los han superado-, el rememorar con nostalgia los años de la infancia. Ahora, la niñez se idealiza con esa pátina que dan los años y que tiende, ya sea a exagerar o a suavizar las rugosidades del tiempo. A la par que alcanzan, que algunos alcanzan, el poder mesetario del cenit de la vida, al tiempo en que gozan aún de salud, vigor y dinero, algunos, imponen su visión del pasado al presente. Frenarán el ascenso de los jóvenes, disfrutarán o echarán a perder su tiempo de hegemonía y, progresivamente, con el paso de los años, sus gustos, sus modas, su poder se diluirá y se irá olvidando. La sucesión estratigráfica de las generaciones es un hecho. Una constatación.

Concordarán en que es una curiosa manera de empezar a hablar de Islandia, para presentar la nueva Guía de Islandia.es. Lo es, pero los circunloquios a veces son más interesantes que el objetivo. Aunando la moda vintage y la nostalgia de quien ya no es tan joven como los jóvenes, recuerdo la primera noticia, una de las primeras que tuve de esa roca helada y acogedora que es Islandia. Recuerdo cuando reproducía con sistemática delectación la enciclopedia que mis padres compraron a un vendedor de aquellos de puerta a puerta. Recuerdo que lo recibieron con aquella mezcla de respeto y falsa educación. Se sentaron en el salón que sólo utilizábamos en las grandes ocasiones. Aquel salón con grandes sofás de cuero rojo, o sucedáneo. Voluminoso, con su mesa imponente y la gran biblioteca donde residían algunos pájaros disecados y muchas botellas llenas. Recuerdo que mis padres escucharon durante mucho tiempo las charlatanerías del vendedor. Al final, decidieron comprar esa enciclopedia que aún vive en ese mueble. Lo hicieron por mí y mis hermanos, pensando en que la cultura aupa al ser humano hacia lugares mejores. Supongo, que el desembolso fue grande, más para modestos pero ahorrativos obreros, mis padres que, con sus errores, nunca han regateado un céntimo en educación. Es posible, aunque todo esto no son más que elucubraciones a posteriori, que gracias a esa enciclopedia, mis hermanos y yo seamos hoy como somos. Todos la usamos, y puede que gracias a ella, demos valor hoy a la palabra escrita y a la cultura. Gracias a la enciclopedia y a los cuentos y tebeos que todos leímos desde muy jóvenes.

Mi intención no es comparar las generaciones, ni afirmar que las presentes sean más imbéciles por carecer de enciclopedias encuadernadas en falso cuero rojo. Nada más lejos de mis intenciones. Este nuevo circunloquio no es más que otro desvío para explicar mi descubrimiento de Islandia.

Como decía, hubo una época en mi primera adolescencia donde creé a mi manera, una especie de atlas donde copiaba mapas, geografías, producción, historia y banderas, basándome en la famosa enciclopedia roja. Allí me enfrenté sin duda a la tierra helada, a Islandia. Allí conocí su capital, Reykiavik, sus ciudades importantes, Keflavik, Akureyri, y su punto culminante el volcán Hvannadalshnukur, con sus 2110 metros. Pero no fue la primera vez que oí hablar de Islandia.

También, en aquellos 80 que comenzaban, mi padre hablaba mucho de Olof Palme, modelo de un socialismo vigoroso y verdaderamente social. Opuesto al estalinismo soviético, pero recto ante el reaganismo más reaccionario, Suecia comenzaba a ser para mí un modelo. Pero Suecia no es Islandia, así que a pesar de las semejanzas escandinavas, tampoco estuvo ahí mi primera noticia islandesa.

Laguna glaciar de Jokulsarlon en el sur de Islandia. ©Neus Cañas.

Fue antes. Tuvo que ser al final del verano de 1985, puede que al comienzo del otoño. Y fue así porque Petur Petursson jugó su primera temporada en la Liga de fútbol española ese año.

En la plaza donde jugamos infinitos partidos de futbol, donde corrimos los unos tras los otros, en esa plaza que era La Plaza, se empezó a oír hablar de Petursson. La Plaza era un universo paralelo al de nuestra casa y un complemento al colegio. Allí luchábamos por un espacio deportivo, que fuimos ganando al crecer y que luego abandonamos para ir a jugar a un verdadero campo de fúfbito (futbol sala). Allí jugábamos a las chapas, con las caras recortadas de los ciclistas metidas en tapas de botellas. Después nos batimos luchando a “policías y manifestantes”, una variante de las luchas de bandas de niños, muy norteña y muy típica de la reconversión industrial. Por supuesto, sin politización y disfrutando por igual de ambos bandos. De hecho, la única diferencia consistía en que “los policías” contaban con cartones de protección y unas magnificas porras de cartón duro que causaban estragos.

La Plaza era también el centro de las timbas del barrio. Se jugaba a las canicas, -un amigo mío amasó una considerable fortuna en bolas de vidrio -, pero se jugaba sobre todo a la Banca. La Banca era un juego donde se apostaban cromos, colocándolos sobre montoncitos de cartas de igual número al de jugadores. Si se tenía una carta superior a la del banquero, éste debía pagar el número de cromos apostados. Si se sacaba un rey se ganaba la Banca, que pasaba al ganador. Un juego divertidísimo, que aún hipnotiza mis sueños. La Banca predominaba cuando las colecciones de cromos se completaban y los excedentes no pegados en el álbum cambiaban de mano con pasmosa velocidad. Hubo años en que hice la colección de la Liga casi sin gastar dinero. Con un poco de suerte y unos fichajes, cambiados en su momento, -cuando la cotización era alta- por buenos tacos de cromos, se podía rellenar el álbum holgadamente. Cuando los fichajes se acababan, llegaban las substituciones. Estos cromos que en otras regiones se llaman “colocas” eran fichajes que substituían a los jugadores que causaban baja a última hora. Así se solucionaban los errores de las primeras ediciones y se completaba la plantilla de cada equipo. Pues en aquel comienzo de curso del 85, llegó el rumor de que había una nueva substitución: Petursson.

El rumor se extendió por el colegio y luego por la Plaza, Petursson el invisible, Petursson el cromo más difícil de la Liga. Nadie sabía de donde llegaban los rumores, porque nadie lo tenía. Sólo se sabía que ser era del Hércules de Alicante. Petursson, extraño nombre en una época donde los fichajes solían ser únicamente latinoamericanos o balcánicos. Ignoro si fue igual en otras partes de España, pero Peter Petursson vivió su momento de gloria entre los niños de Bilbao sin saberlo. Fue el primer jugador islandés que jugó en la Liga, aunque pasó poco tiempo, sólo una temporada y media. Marcó cinco goles. Sin embargo, la televisión o la radio no hablaban de él y, por aquel tiempo, no leíamos los periódicos. No era un crack; pero la escasez de su cromo contribuyó a su mitificación y durante unas semanas fue el objeto más deseado entre los niños que coleccionaban, su valor llegó a estar en varios cientos de cromos.

Ya con las colecciones completadas por casi todos, las ventas de sobres de cromos se dispararon porque sólo en los nuevos paquetes podría aparecer “el deseado”. Tras muchos días, alguien, por fin lo consiguió. El suertudo lo mostraba con delectación y siempre bien protegido, sin dejar tocarlo. Sólo sus amigos más cercanos gozaban de ese privilegio y ya se sabe que en las finanzas y los cromos hay pocos amigos. Ahí pudimos ver su crin rubia y su figura espigada, Petursson, mi primera imagen islandesa. Pensando, y viendo ahora de nuevo su foto, su aspecto ochentero recuerda al saltador sueco Patrik Sjöberg y al actor ruso-americano, ya fallecido, Alexander Godunov, el malo en la Jungla de Cristal, el bueno en Único Testigo.

Todos queríamos ese cromo, todos experimentábamos una de las más crudas sensaciones adultas, la del desequilibrio entre la oferta y la demanda. Una sensación que se retroalimentaba por su propia escasez. Cuando jugábamos a la Banca hablábamos de Petursson. En clase hablábamos de Petursson, en el patio hablábamos de Petursson. Una obsesión.

Paisaje islandés. El reencuentro del ser humano y la naturaleza. © Neus Cañas.

No recuerdo exactamente cómo lo conseguí. Puede que se lo cambiase a algún iluso que ignoraba su valor. Los padres que ayudaban a los niños más pequeños para que no les engañasen los mayores, eran nuestro mejor filón. ¡Cambiaban un fichaje por un solo cromo! Sin embargo, lo más probable es que me saliese en un sobre de pura chiripa. Tampoco recuerdo si lo cambié por un soberano fajo de cromos, esperando que después, al ser más común, lo pudiese conseguir de nuevo. Me suena que fue así, pero no sería capaz de asegurarlo. Pronto, como todo en el capitalismo, perdió valor, al comenzar a aparecer con más asiduidad. Poco después, los cromos agotaban su vida útil y los inmensos fajos de miles de cromos acababan en la basura o en el trastero. Yo los utilizaba como infantería para mis juegos fantasiosos, reproduciendo las campañas de Aníbal, las correrías del Séptimo de Caballería o la última de las novelas de Verne, que ya comenzaba a saborear. Los antaño valiosos cromos luchaban a vida o muerte contra los clicks de Famobil, los soldaditos de plástico y otras bagatelas, montados en carros de combate confeccionados con piezas de Tente.  Aún conservo algunas divisiones en perfecto estado de combate.

Años después leería mucho sobre la tercera vía escandinava, sobre Olof Palme y la socialdemocracia sueca. En Madrid, con mi compañera, veríamos casi todas las películas de Igmar Bergman en la Filmoteca Nacional. Progresivamente, Waltari, Gaarder, Hoeg, Gustafsson, Paasilinna, Jansson irían contándome historias del norte de Europa. Ahora, la ola de autores del policíaco escandinavo pulen y critican su propio modelo. Larsson, Staalesen, Jungstedt, Joënsuu, Marklund, Mankell, Nesbo, muestran el lado oscuro de esas tierras de contrastes. Desde el sur desolado, apreciamos la desmitificación, pero no nos lo creemos del todo.

Y luego llegaron los islandeses, Indridason, Mani, Thorarinsson, Karason, Bergsson o Stefánsson. Hace poco tuve el placer de preparar una charla sobre la Islandia contemporánea y, como siempre que me pongo hablar en público, me acuerdo del niño tímido y miedoso que estuvo del otro lado, sentado en el pupitre. Me hace mucha gracia observar la evolución y, por suerte, no me lo tomo en serio. Y ahora nace la Guía de Islandia.es. El camino ha sido largo desde Petursson hasta aquí.

Con el tiempo me siento cada vez más atraído por los espacios amplios, por los territorios despejados, por los lugares donde la naturaleza impone sus leyes y limita nuestros desmanes. Patagonia, las grandes extensiones de Canadá y los Estados Unidos, Escandinavia, Australia, Nueva Zelanda, la miríada de perlas de Polinesia, Micronesia y Melanesia me llaman, aunque sean ensoñaciones. Islandia me lleva llamando años. Una llamada que se refuerza con la belleza de un país vacío, de un país de frontera donde aún la civilización se bate contra la naturaleza. Donde, quizá se empieza a comprender que la batalla no es la manera y que estamos sobrepasando los límites.

El interés por Escandinavia, por Islandia, viene tal vez de esos pequeños juegos infantiles, de la esperanza idealizada por la socialdemocracia civilizada de mi padre, de la faz espigada y rubia, de las crines que flotaban al viento de un curioso jugador islandés, Peter Petursson.

Disfruten pues, con esta nueva guía que aspira a ser mucho más que una guía.

Por Íñigo Pedrueza, Chapa XC desde Geopoliticas Agitadas.com para Guía de Islandia.es

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